h2 class="sidebar-title">Vínculos La comedianta tortosina: Gaza, el silencio de los corderos

La comedianta tortosina

16.2.08

Gaza, el silencio de los corderos


José Antonio Martín Pallín
El Periódico
Si las cosas no cambian, no será necesaria la fuerza de las armas para desencadenar la tragedia. Tan insoportable conducta producirá inevitablemente sus frutos provocando un desastre humano ante la pasividad de naciones que se dicen civilizadas y sensibles respeto de los derechos humanos.
El 16 de octubre de 1940 el gobernador alemán para Polonia selló un área de Varsovia en la que habitaban unos 350.000 judíos. Se cerró el acceso exterior con alambres de púa, construyéndose un muro de tres metros de altura y 18 kilómetros de largo. El aislamiento, la sobrepoblación, la escasez de alimentos y medicinas fueron la causa de numerosas enfermedades y muertes.
El 22 de enero de 1942, los líderes nazis decidieron en la conferencia de Wannsee el exterminio de los judíos europeos conocido como "solución final". El líder del Consejo Judío de Varsovia se suicidó dejando una nota en la que escribió: "No puedo soportar más todo esto". Según los datos de que se dispone, el número de suicidios fue muy elevado.
Este episodio constituye uno de los estigmas que han marcado la infausta memoria de las autoridades nazis. Tuvieron que responder de tanta ignominia en los procesos de Nuremberg y en otros muchos que se celebraron al finalizar la guerra. Están en los libros y en los documentales a disposición de quien desee informarse del genocidio cometido.
El Consejo de Ministros de Israel, antes de seguir adelante con su política contra la Franja de Gaza, rodeada de un muro y con dos respiraderos al Norte y al Sur, debería ver los documentales y leer los libros para tomar conciencia de la insoportable dimensión de su barbarie. Esta conducta solo es posible si se goza de un fuerte respaldo internacional y del silencio cómplice de algunos medios de comunicación que, sin ocultar la gravedad del conflicto, no valoran en su totalidad la tragedia que está viviendo una población de un millón y medio de habitantes hacinados en una extensión de 360 kilómetros cuadrados.
No se puede justificar esta conducta, con el pretexto del lanzamiento de unos cuantos cohetes caseros que efectivamente pueden ocasionar daños materiales y humanos, pero que no pueden explicar ni legitimar la desmesurada desproporción de la respuesta bélica por tierra, mar y aire. Alguien debe parar esta inhumana y degradante situación que constituye una vergüenza para el espíritu humano y los principios de la justicia universal. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, convocado de urgencia, fue testigo, una vez más, de las maniobras de la diplomacia norteamericana, que no estuvo sola en la tarea de disfrazar la tragedia humana, presentándola como un conflicto menor con una organización terrorista que ha ganado limpiamente las elecciones en la zona y a la que no se le ha dado oportunidad de hacer política.
El primer fogonazo de la desesperación se ha visto en la puerta sur de Rafah, frontera con Egipto, que ha saltado más ante la presión humana que ante el efecto de la dinamita. Los soldados egipcios, afortunadamente paralizados por la tragedia, no han impedido el paso de multitudes que buscaban alimentos, medicinas y bienes de primera necesidad. ¿A qué espera la comunidad internacional para reaccionar? ¿Podemos evadirnos del conflicto, englobándolo dentro de la lucha total entre el bien y el mal? ¿Alguien puede mantener, sin sonrojo, que nos encontramos ante una cuestión de orden público, cuya solución corresponde a la potencia ocupante?
Estamos viendo cuáles son los remedios que se utilizan. Bombardeos indiscriminados que ocasionan bajas civiles, justificadas con la perversa teoría del riesgo que asumen los no combatientes por encubrir o no repudiar a los que consideran, sin pruebas ni juicios contradictorios, objetivos de los asesinatos selectivos, declarados admisibles por el Tribunal Supremo de Israel, si bien con matizaciones farisaicas.
La asfixia en el gueto de Gaza es total. Ni luz, ni combustibles, ni alimentos, ni medicinas, y sin la posibilidad de exportar los productos agrícolas, a los que no se deja traspasar las lindes marcadas. No funcionan los hospitales, es difícil mantener abiertas las escuelas y la miseria generalizada despierta inevitablemente el odio a un agresor que de manera tan brutal exterioriza su desprecio por los derechos humanos más elementales.
¿Puede la Unión Europea mantener relaciones con un país que, además de todos los excesos reseñados, conculca un principio básico de su estructura fundacional como es el de la libre circulación de mercancías? Conociendo los antecedentes de anteriores debates del Consejo de Seguridad y el continuo ejercicio del veto por parte de la Administración norteamericana, esperamos que la política exterior de la Unión Europea no siga la senda indigna que está marcando la potencia ocupante y su protector internacional.
Si las cosas no cambian, no será necesaria la fuerza de las armas para desencadenar la tragedia. Tan insoportable conducta producirá inevitablemente sus frutos provocando un desastre humano ante la pasividad de naciones que se dicen civilizadas y sensibles respeto de los derechos humanos.
Haciendo alguna variación a uno de los poemas de Ángel González, podemos decir con él que de los cientos de muertes que me habitan, esta de hoy es la que menos sangra, es la que viene silenciosa minuto a minuto, hora a hora, hasta que la luz del día huye hacia el oeste, esperando un nuevo amanecer de muerte, angustia y miseria humana.
La fuente: El autor es magistrado emérito del Tribunal Supremo. Su articulo fue publicado previamente por el diario El Periódico, de Catalunya.